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Michelle Anatris

Mr. Do


Mr. Do sabía que la próxima copa de vino significaría también el momento exacto de un brindis que cambiaría su vida completamente y para siempre. Sin pensarlo dos veces, alzó su mano y dirigiéndose a los invitados exclamó:

¡Amigos míos he decido comenzar una nueva vida en altamar! gracias a años de ahorros he comprado un barco y zarpo al amanecer ¡esta es la última noche en que nos veremos!

Bebió de lleno el vino de su copa ante la mirada atónita de sus comensales.

La música subió de volumen y Mr. Do tomó por el brazo a una hermosa muchacha invitándola a bailar con un gracioso gesto, esos que solo Mr. Do sabe hacer. Ella sonriente le acompaño al son de un vals europeo de verano.

_Creo que esos bucles negros brillarían como el mismo mar a la luz de luna_

_¿Está usted invitándome a su balcón privado Mr. Do?

_Mi verdadera invitación quisiera hacerla a la luz de la luna. Usted en mi balcón no precisa de mi permiso.

Mr. Do fue siempre un hombre excéntrico, sus formas de vestir y hablar eran adornadas por movimientos siempre ondulantes, así como las olas del mar. Como un extraño pez abisal que brilla entre la penumbra con colores de otro planeta. Tras años de una vida errática en esa vieja ciudad, emprender rumbo hacía la mar a destinos desconocidos por cualquier hombre, era sin lugar a dudas su destino.

_Ya juntos en el balcón Trizena sentía sus cabellos brillar a la luz de la luna, mientras Mr. Do recitaba una larga lista de cosas que son de color azul:

_La puerta de casa, el color del cielo y el mar, las lejanas cordilleras, las noches de luna llena, el sombrero que cuelga de la pared, los ojos de Trizena y el mar que desborda de sus cabellos_

Poco a Poco ella fue perdiendo la fuerza y la solides, un par de gotas saladas en sus ojos y de pronto ella era el mar. Mr. Do zarpó sin más despedidas y encendió un cigarrillo mientras se perdía en el horizonte. Sus manos aún temblaban y nervioso volvía a fumar. Sabía que escapar del mundo de los ilusos era la parte fácil, pero ahora vendría un gran desafío llamado la realidad.

Tiró el cigarrillo al mar y al caer se dio cuenta que ahora era el asfalto de Av. Scalabrini Ortiz. Un taxista le hizo un gesto extraño, luego de un par de segundos y bocinazos entendió que tenía que salirse de en medio de la calle. Era importante encontrar un lugar donde vivir y algo de oro, sal, arroz o lo que fuera que esta gente usara como medio de pago.

El sol caía, pero la noche aún era calurosa. Mr. Do caminó largo rato yendo hacía el norte, sorprendido de este nuevo mundo extraño y ruidoso. Sin embargo aún sentía la brisa del mar cuando respiraba.

Continuará…

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